El título de esta columna es de mis favoritos, siempre digo que si
algún me decido a escribir un libro, así se va a llamar.
“Morí, escribo desde el cielo” es de mis frases predilectas cuando
quiero significarle a mis amigos más queridos algo impactante que me genera
tanto éxtasis y me brota tanto el corazón que solo podría estar plena
escribiendo, en ese momento, desde el cielo.
Los amigos, los verdaderos, hoy en día son pocos, así que esta frase
estaba destinada, hasta hoy, a hacer reír a un grupo selecto y exclusivo, a
quienes al menos les logro arrancar unas buenas carcajadas.
Cuando visitamos un lugar o estamos con alguien que nos hace sentir
mariposas en el estomago tenemos esa sensación de “cielo” dentro de nosotros y
después de todo nos acostumbraron un poco a que esas sensaciones sean solo
poquitícas, como si estuvieran en extinción o fueran el tesoro perdido. Nos
enseñaron que, si no luchamos muchísimo, o pasamos por pruebas durísimas, el
cielo nunca va a estar para nosotros. Por otro lado, también nos marcan con el
refrán “de lo bueno, poco”, así que cuando uno está felicísimo, pasándosela de
lujo, en el mejor viaje de tu vida, con la novia más bella, en la fiesta más
entretenida, esa señal fatídica que te clavan en el ADN, se activa, y te
recuerda “disfruta hoy porque mañana quién sabe”, muy al estilo de tu abuela
apareciendo en una esquina con una luz bajo el mentón, y es así, como todo se
arruina.
Y uno vive, arruinándose y auto-arruinándose todos los cielos que tenemos
minuto a minuto. Si te llevan flores y no es tu cumpleaños “algo hizo”. Si te
aparece un dinerito de más en la cuenta “quién se habrá equivocado de
deposito”. Si te llaman porque quedaste seleccionada en la carrera de tus
sueños, de inmediato dices “revise bien ahí la cédula por si acaso, hay tantas
Jenny Marques en el mundo que uno nunca sabe”.
Es difícil, las malas noticias pareciera que son las mejores
recibidas “yo sabía, él no iba a durar mucho con esa novia, siempre anda
descarria´o”. “Juancho se murió, es que ese compadre mío bebía demasiado, más
de una vez lo dejé beber escondío en la casa”. Y así sucesivamente. El
masoquismo social es tal, que uno mientras más protagonista se sienta de la
historia fatídica, más interesante es la cosa, “imagínate, yo creo que fui la
última que lo llamé, aquí está en el celular 2:20pm y los médicos dijeron que
el infarto le dio a las 2:22pm. Cuando hablamos se escuchaba tan bien,
increíble”. Todo esto como si uno pudiera avisarle a la gente “epa en 5 minutos
muero, cadena por el pin, saludos a todos”. Cosas absurdas de la cotidianidad
que nos empeñamos en reproducir una y otra vez, haciéndonos cada día más
funestos, insensibles e irreales.
La gente no está preparada para escuchar ni tus quejas ni tus
problemas, “hola, qué más, cómo estás, todo bien verdad, qué bueno, vámonos”.
Preguntas y respuestas, se pagan y se dan el vuelto. De entrada a pocos
interesa si tienes algo que contar, pero, si algún pedazo de tu cuento se te
sale por error y resulta interesante para la presa, tendrás mucho de que hablar
en las próximas horas.
Ni idea, en qué momento nos acostumbramos a esta suerte de infierno
andante donde vamos atropellando a Raquel y todo aquel sin indolencia de ningún
tipo. Renunciamos a los pedacitos de cielo que la divinidad nos regala. Esas
cosas utópicas pero de certeza sacramental como dar gracias por el amanecer,
sonreírle a aquel que te gusta, emocionarte con esa llamada tan esperada. Nos
privamos de tantos pedacitos de cielo que da pena hasta escribirlo. Es una pena
que limitemos nuestra humanidad a tanto desperdicio.
“Morí, escribo desde el cielo” es de mis frases más placenteras y
mientra más la digo o la escribo, más tengo ganas de que me ocurran cosas
divinas y sorprendentes para poder echarle el cuento a alguna amiga y decirla
acompañada de otra de mis frases “ojos en forma de corazón”, dibujando un
corazón en el aire con las manos. Es como un vicio de cuentos felices y
excitantes.
Nos quejamos mucho, nos lamentamos otro poco y le damos demasiado poder
a la mente para que haga con nosotros todo lo que quiera. La mente no es el
corazón ni el corazón es la boca del estomago, ni el estomago se conecta con la
mente, si no, Dios habría metido todo en una licuadora y funcionarían los 3
juntos. Cada uno cumple su función clara y específica, por ello algunos por ahí
hablan de la “inteligencia emocional”, usar tus emociones a tu favor y NO en tu
contra.
Ser feliz, sonreír, ser amable, abrazar, amar, expresar tus
sentimientos buenos y malos, sentir, simplemente sentir, es sano, es natural,
es conectarte con tu ser natural y primitivo, con esa fuente original que brota
de su centro y está loca por salir a borbotones y desbordarse positivamente
sobre la gente que te quiere. Te juro que es sano. El proceso sensibiliza, sin
duda, pero recuerda, sentir es sano, expresarte es sano, amar desde el corazón
es sano, es natural, es un pedacito de cielo en la tierra.
Que cada beso que te robe el aliento te arrebate la frase “este es
mi cielo”, “Morí, escribo desde el cielo”.
Bendiciones infinitas para ti durante todo el 2013, gracias por
acompañarme aquí en Gente Saludable. Hasta la próxima.
2 comentarios:
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