Escribiendo esta columna me descubrí un tanto conmovida con la forma
como he vivido en los últimos dos años. Quizás la cercanía del fin de año te
pone a revisar metas y vivencias y eso, a su vez, algo melancólica o triste.
Si hay algo que he aplicado en este tiempo es la sinceridad, aunque
con resultados poco alentadores. En el mundo, podríamos decir que pocas
culturas están acostumbradas a la honestidad como virtud y pilar fundamental de
supervivencia. Preferimos guardarnos las cosas con la esperanza de que esas
cosas se arreglen o cambien solas. Preferimos callar para que no digan que
somos antipáticos, inaguantables o inconvenientes. Preferimos ser el amigo de
todos que de aquellos que valoran tu transparencia por encima de todo.
Preferimos, incluso, que la gastritis nos revuelva el alma antes que hablar y
decir lo que sentimos.
Así estamos criados: “los niños no lloran” y el muchachito seguro
muerto de dolor por el trancazo que se dio; “sonríe, pide la bendición y
cuidadito con quejarse” y de repente la niña le huye al padrino que ha tratado
de abusar de ella; “aunque no te guste el trabajo tu aguanta, quien sabe cuando
consigues otra cosa por ahí” y de tanto aguantarte rabias con tu jefe te
explota un cáncer o algo gravísimo.
Y así crecemos, aguantando, aguantando y aguantando. Es por ello que
cuando llegamos a adultos queremos explotar contra todo el mundo. Aflora el
resentimiento y empieza el pase de factura, contra los padres porque no nos
dejaron quemar las etapas, contra los hermanos, contra los jefes, contra el
tener que estudiar o trabajar, contra todo, y lo más grave contra la pareja.
Llenos de frustraciones queremos cargar contra el mundo apenas tenemos la
ocasión. Terminamos haciendo NADA de lo que nos gusta y cuando vemos a alguien
feliz que hace y disfruta lo que hace, cargamos también contra él: “es un
loco”; “mira como se viste”; “mira con quien anda”; “él ique es pintor pero de
qué va a vivir”; “¿vas a estudiar Letras? ¿Quieres morir de hambre o qué?”. Y
así sucesivamente. Ya que no encontramos la forma de encontrarnos con nosotros
mismos decidimos meternos en la vida de todo aquel, “si yo no soy feliz, nadie
lo será” piensan algunos.
Cuando cargamos contra la pareja quizás es una de las peores partes
que enfrentamos. Dice un refrán bastante conocido “lo que más me molesta del
otro es lo que en realidad yo soy”. Se nos hace imposible descubrirnos felices
y en paz con alguien distinto a nosotros, esto por múltiples razones: puede que
esa persona también traiga su carga de infelicidad y al juntarse con la tuya
genera la locura; puede que el otro esté preparado para la paz y tú te empeñas
en propiciar la guerra en todas las acciones o puede que sea porque estás con
la persona equivocada. Cualquiera puede pasar. La pareja (novio, esposo, etc.)
es, en un alto porcentaje, el principal receptor de tus frustraciones y es a
quien más debes cuidar. Uno no tiene ex – padres, ex – hijos, ex – abuelos,
pero sí podrías tener ex – novio, ex – esposo y esos títulos son te-rri-bles.
La pareja, aunque suene trillado, hay que cultivarla, no llenarla de
problemas. Tenemos la falsa concepción, las mujeres en especial, que nuestro
novio o esposo, tiene que ser nuestro mejor amigo y le contamos hasta los
detalles de la depilación. ¡Por Dios! Eso enfría hasta a las aguas termales.
Las mujeres tenemos en especial cierto problema con eso de creer que cuando
conseguimos novio, le dejamos de hablar a nuestras amigas, y convertimos al
pobre hombre en nuestro confidente, más acción menos problemas. Conserva
amistades y deja a la pareja para el disfrute y las cosas propias de los dos,
buenas y malas. Los hombres por su parte, como no hablan, asumen en su
imaginario que nosotras también debemos pasar la vida en silencio guardándonos
todo lo que sentimos y pensamos. Recuerden, a ellos los criaron con el “los
niños no lloran, no juegan con muñecas, no abrazan a otros niños, no abrazan a
papá” una lista demasiado larga para una palabra tan odiosa como el NO. Por
todo esto es que la pareja es tan sagrada, tener varios es eso, varios, cuando
se deciden ambos a estar con uno, es eso, la decisión de ambos, por eso los
esfuerzos y las barreras personales deben lucharse hasta que no quede ni
rastro, solo así podrás ser feliz de verdad, verdad.
Ustedes se preguntarán por qué este tema y estas reflexiones. Esta
semana me he descubierto con algo de sentimiento de culpa por ser honesta en
unas cuantas ocasiones. Justo lo que les comentaba al principio, desde hace
aproximadamente dos años emprendí un proceso personal, buscando sanarme a mi
misma de tantísimas cosas endosadas desde los genes hasta la actualidad. Hay
situaciones, conductas, que tus abuelos, tus padres te traspasan y ni lo notan,
se convierte en una carga energética que marca tus emociones, acciones,
personalidad, y condiciona, en la mayor parte de las ocasiones, tu felicidad.
El trabajo personal es liberador, que encontrarte contigo mismo no
te aterre, te aseguro que es la ventana a la felicidad plena, honesta y
transparente. Tu ejemplo enseñará a otros a decir lo que sienten.
Hasta la
próxima. Sonríe siempre.
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