Twitter e Instagram: @HolaSexologa

sábado, 7 de marzo de 2009

Dulce Inocencia



Tan solo era yo una niña cuando la triste realidad tocaba mi puerta.
Aquellos chicos, iguales a mí, de mi edad, abandonados por sus padres, sin familia, ni amigos y con una triste realidad. Eran pequeños que contaban con 12 años y hace mucho habían perdido la virginidad del mirar, la inocencia, la pureza.

De mi edad, estatura, pero con crímenes a cuestas, una condena que pagar, una mamá que no los quería y se negaba a educar.
Con pistolas escondidas y actitud a la defensiva, se acoplaban a mi visita y terminaban con una sonrisa.
Al principio fue difícil, al tiempo quizás más. A veces se piensa que mientras más los conoces más los entiendes, hoy en día no lo creo. Cuanto más observas su realidad más te cuesta entender como esos casos abominables pueden pasar.

Te cuesta aceptar que un muchacho igual a ti, por tanto tenga que pasar. Y por más que tratas de ayudar nunca el problema logras solventar. Conformarse con regalarle pequeños instantes es la resignación. Te recordaran, te llevaran en sus mentes pero para seguir sobreviviendo volverán a matar.
Niños que luchan por la comida, que se matan por el pan de cada día. Que destruyen para no ser destruidos. Que en las noches ruegan a Dios para que les aparte lo provocativo. No quieren matar, no quieren robar. Eso es lo único que conocen. Lo que les enseñaron en la calle, desean cambiar, pero cómo.

Piden que nadie les provoque, ni los intente matar, si de esa salen vivos, se encargaran de al agresor aniquilar.
Chicos que experimentan drogas, sexo y demás, buscando algo nuevo con que saciar su soledad. Promiscuos, abusivos, inclementes con ellos mismos, necesitan disipar sus temores, buscan sin hallar.
Todo es temporal. Diría uno: “La droga te relaja pero no todo el tiempo, al final te mata”.
Son realidades duras, fuertes, conmovedoras, que rompen tus esquemas, tus valores, creencias. Transforman tus percepciones con la misma rapidez de un parpadear.
Tratas de entenderlos desde adentro, desde su realidad, pero nunca completamente todo, es duro, es su única posibilidad.Quiebras tus paradigmas cuando a tus doce años sales del entorno familiar y te encuentras con estos niños que al dibujar no ilustran, si no asustan, que al hablar no dicen si no amenazan, que al mirar no observan, te intimidan.
¿Cómo les rescatas la vida, la inocencia? ¿Cómo les dices que no estas ahí para restregarle tus tres comidas diarias, si no para tratar de ayudar, sin que te rechacen?
Una batalla constante contra uno mismo y los principios, contra las barreras. En esos instantes con ellos solo queda buscar formas de insertarte en su mundo, de no intimidarlos, de hacerlos hablar e invitarlos a verte como un apoyo más.

Es tratar de transportarlos por instantes al mundo en donde deberían estar, aprendiendo a leer, a escribir, a pensar. Armando un grupo para jugar. Enseñarlos a convivir en familia aunque sea minutos nada más.

“Una palabra bastará para sanarlos”

Con sonrisas y alegría los amigos que visitamos a esos pequeños niños logramos ablandar sus rostros, sus corazones. Jugaron, brincaron, bailaron, y al final de la jornada nos regalaron unos merecidos dibujos en los que reflejaban a través de paisajes, árboles y playas, las sensaciones que habían experimentado compartiendo una tarde diferente con nosotros.


Estos, mis niños, son de la Casa Hogar Mamá Margarita ubicada en Petare, Caracas, a quienes conocí gracias a la labor social que desempeñé siendo muy joven en el Plan Vacacional del Centro Juvenil Don Bosco 1997 - 1998.

Movieron mi vida, conmovieron mi corazón, y me impulsaron a escribir estas líneas cargadas de una realidad abrumadora.

Esta casa está dirigida por sacerdotes salesianos y se dedica a la atención, cuidado y alimentación de niños en situación de calle. Algunos son visitados por familiares, pero la mayoría viven del amor que los hombres de Dios y la gente de buena voluntad se acerca a regalarles. Yo a los 12 años de edad, fui una de esas personas que se cruzó con ellos en el camino para intentar dibujarles una sonrisa en el rostro al menos por unos instantes.
Y lo logré.

Esta carta, estas palabras de mi alma, las escribí por la experiencia vivida en aquel entonces, y la rescaté, 12 años después para esta especial ocasión, un encuentro conmigo misma, con mis raíces, con el pasado que me hizo crecer y con todas las vivencias que me permitieron reconocer la vida, el don, el aire, los latidos de mi corazón.



A los niños de la Casa Hogar Mamá Margarita,
por darme la oportunidad de entrar unos instantes en sus vidas,
y sembrar una semilla para la eternidad.


Jenny Marques Rodrigues
1997 - 1998

No hay comentarios.: