Hoy continuamos con nuestro tema de la semana pasada sobre la
auto-aceptación y el enamoramiento de uno mismo.
A veces nos preguntamos por qué se nos hace tan difícil tener una
relación con otras personas, bien sea de amistad, de trabajo, pero en especial
de pareja, pareciera que todo lo nuestro choca con esa otra persona y vamos
descartando como si se tratara de barajitas, “esta persona no se parece a mi”.
Lo fundamental para sanar nuestro entorno es aceptarnos a nosotros mismos, así
la aceptación de los demás llegará como un proceso de luz. Cuando me acepto con
mis monstruos y mis ángeles, puedo entender con amor que los otros tienen sus
monstruos y sus ángeles y aún así pueden amarme y respetarme tanto como yo a
ellos y emprender una relación de encuentro.
Voy un poco más al fondo, aceptarte es esa relación que logras
contigo mismo cuando te ves en el espejo. Sí, un acto sencillo pero mágico. Si
me paro frente al espejo, en medio del descuido me puedo pillar recitando un
listado largo de cosas que no me gustan de mi, seguramente una más terrible que
la otra. “Mira las manchas que tengo en la cara, mira mis ojeras, qué fea me he
puesto; qué viejo estoy y calvo; este pantalón es para un palillo, yo me veo
como una hallaca mal amarrada, etc.”. El venezolano por su tan famoso sentido
del humor se permite cosas como éstas que, aunque usted no lo crea, lesionan de
muerte, la autoestima. Cuando me acepto, entiendo que tengo cosas que cambiar y
mejorar pero no las convierto en un problema ni mucho menos en el látigo de mi
autoflagelación. Me acepto YO y lo que veo y siento de mi mismo, no de aquello
que dicen, acusan y señalan los demás, así sean cosas buenas, me importo yo, me
reconcilio conmigo y así podré dar lo mejor de mí a mi entorno.
Nadie nos maltrata tanto como lo hacemos nosotros mismos. Nadie.
Desde que nos auto-torturamos, hasta que permitimos que los demás se sobrepasen
con nosotros.
El primer maltrato que nos infringen conciente o inconcientemente es
aquel que desde pequeños nos condiciona a ser de una o de otra determinada
forma, usualmente ajustados a las normas sociales y al qué dirán. Así crecemos,
casi como robots autómatas, arrastramos la culpa durante la niñez, la
adolescencia y en la adultez, tenemos el saco lleno. Nos sentimos desleales,
malos, no-merecedores, impuros. “Yo no merezco que me quieras tanto”; “Aunque
no merecía este carro, sorprendentemente me salió el crédito”. Los
condicionamientos no nos dejan ser ni fluir.
Lo ideal es educar en el amor y el respeto. En lugar de buscar la
correa o el zapato ante una pataleta, podemos abrazarlos fuertemente y verás
como en breve su nivel de ira disminuye. Una vez que logras tranquilizarlo,
puedes aplicar una sanción sencilla, como suspender por un día el video juego o
la comiquita favorita, y esa sanción debe ir acompañada de inmediato con una
explicación profunda pero con palabras sencillas que le hagan entender por qué
lo que hizo está mal y por qué amerita la sanción. Los golpes ni los paradigmas
de la sociedad, harán que tu hijo te respete más, por el contrario, estarás
llenando una alcancía de ahorros en odio, rencor y resentimiento, que
usualmente pasa factura en la adolescencia.
Entonces, si ya formaste parte de un proceso invasivo en el que no
pudiste aceptarte desde pequeño y sientes la inquietud, lo único que podrías
hacer es ir preparando tu cuerpo y tu espíritu para el cambio. Una vez que tu
mente se hace conciente de que algo no marcha del todo bien, el proceso se
desarrolla y llega solo. Medita, encuentra momentos para aquietar los monstruos
de tu interior y el camino pronto se abrirá para que lo explores.
Los beneficios de este proceso de auto-aceptación se reducen a una
palabra: AMOR. Te amas a ti mismo, irradias amor, amas a los demás, amas tu
libertad y la de los demás; disfrutas la vida a plenitud y la amas como un
regalo sagrado. Con amor todo estará bien. Pueden haber situaciones de desamor
pero si dejaste entrar el amor a tu vida, el amor por ti mismo, todo va a estar
bien, con amor, todo se supera. Cuando un abuelito vuelve del geriátrico a la
casa con la familia y de pronto sus males desaparecen, recibe amor y se
alimenta de amor. Cuando nos sentimos deprimidos el único aliciente pareciera
ser un abrazo fuerte y silencioso, esa es una expresión de amor. Cuando
conseguimos una planta que pareciera estar a punto de marchitarse y de pronto
le echamos más agua de costumbre, le hablamos y nos sorprendemos con la
recuperación de la mata, eso es un acto de amor.
Le tenemos miedo a esto tan mágico precisamente porque no estamos
acostumbrados, tememos a lo desconocido, tenemos la frase trillada de “no todo
puede ser perfecto”; y otro grupo le teme, huyendo de que los llamen cursis,
raros o comeflor.
Una vez que te haces conciente de este proceso, no tienes retorno,
puede que en algún momento no sientas evolución pero, nunca retroceso, cada
sensación que vas a experimentar será mejor y más sanadora que la anterior, se
sumará al cúmulo de lecciones aprendidas y crecerás espiritualmente, si te
dejas llevar sin poner resistencia, sin pelear contigo mismo por tus
sensaciones, el proceso te llevará de la mano.
Puedes consultar nuestras columnas en el blog www.jennymarques.blogspot.com.
Agradecimientos a una gran compañera de camino Jenny Meléndez @jemelendez88 por aportar las
ideas para esta columna. Sonríe siempre. Hasta la próxima.
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