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domingo, 23 de septiembre de 2012

Enamorada de su agresor, Síndrome de Estocolmo

En estas épocas tan movidas y modernas uno lee o escucha con asombro en los medios de comunicación aquellas historias en las que los secuestrados se enamoran de los secuestradores, el ladrón de la policía y así sucesivamente. Eventos raros pero que tienen un nombre, Síndrome de Estocolmo.



Es un estado psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía.

Según la corriente psicoanalítica el síndrome de Estocolmo sería entonces una suerte de mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación, de simpatía, de agrado por su secuestrador.

Tal como refleja un reporte de la web “Muy Interesante” esta es la historia de donde nace el término “Síndrome de Estocolmo”: El 23 de agosto de 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo, tuvo lugar un atraco con rehenes. Jan Erik Olsson, un presidiario de permiso entró en el banco Kreditbanken de Norrmalmstorg, en el centro de la ciudad. Al ser alertada la policía, dos oficiales llegaron de forma casi inmediata. El atracador hirió a uno de ellos y mandó al segundo sentarse y cantar. Olsson había tomado cuatro rehenes y exigió tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas.

El gobierno se vio obligado a colaborar y le concedió el llevar allí a Clarck Olofsson, amigo del delincuente. Así comenzaron las negociaciones entre atracador y policía. Ante la sorpresa de todos, una de los rehenes, Kristin Ehnmark, no solo mostraba su miedo a una actuación policial que acabara en tragedia sino que llegó a resistirse a la idea de un posible rescate. Según decía, se sentía segura.

Tras seis días de retención y amenazas del secuestrador, de cuyo lado se puso la propia Ehnmark, la policía decidió actuar y cuando comenzaron a gasearles, los delincuentes se rindieron. Nadie resultó herido. Tanto Olsson como Olofsson fueron condenados y sentenciados, aunque más tarde se retiraron los cargos contra Olofsson, que volvería a delinquir. Jan Olsson, en cambio, tras cumplir 10 años de prisión saldría de prisión totalmente rehabilitado y manteniendo una legión de fans.

Durante todo el proceso judicial, los secuestrados se mostraron reticentes a testificar contra los que habían sido sus captores y aun hoy manifiestan que se sentían más aterrados por la policía que por los ladrones que les retuvieron durante casi una semana. El criminólogo Nils Bejerot acuñó poco después y a consecuencia de aquel caso, el término Síndrome de Estocolmo para referirse a rehenes que se sienten este tipo de identificación con sus captores.

Pero el caso del banco de Estocolmo no es el único que se ha producido. En 1974, Patricia Hearst, nieta del magnate de la comunicación, William Randolph Hearst, fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación (SLA). Tras donar la familia seis millones de dólares a la organización terrorista, no se supo más de la joven. Dos meses más tarde fue fotografiada, rifle de asalto en mano, durante un atraco del SLA a un banco. Se había unido a la organización y cambiado su nombre por el de Tania.
Entre las causas: tanto la víctima como el autor del delito persiguen la meta de salir ilesos del incidente, por ello cooperan. Los rehenes tratan de protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, en donde tratan de cumplir los deseos de sus captores. La pérdida total del control que sufre el rehén durante un secuestro, es difícil de digerir. Se hace soportable en el momento en que la víctima se identifica con los motivos del autor del delito.

De acuerdo con Bejerot, el Síndrome de Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el caso de: rehenes, miembros de secta, abuso psicológico en niños, prisioneros de guerra, prostitutas, prisioneros campos de concentración, víctimas de incesto, y violencia doméstica.
Recientemente se especuló con más fuerza sobre la relación entre la ex secuestrada por las Farc, Clara Rojas, y uno de sus captores y padre de su hijo aunque no hay nada claro en torno a esto.

Lo mismo ocurre en los casos de violencia doméstica, que son además muy frecuentes. Los reportes reflejan usualmente a mujeres que mueren en manos de sus esposos y su familia asegura que desde hace muchos años era víctima de maltratos y nunca quiso ni denunciarlo ni dejarlo. Esta persona se envuelve en una capsula de justificaciones que “perdonan” todo lo que el agresor le propina, bien sea por su “niñez difícil”, “porque no consigue trabajo”, “porque su familia le dio la espalda” o lo que es peor aún “yo lo provoqué”.

Lo importante es brindar la ayuda psicológica correspondiente a todas aquellas personas que hayan atravesado una situación similar. Es necesario que procesen la experiencia de una manera sanadora y esclarecedora que les permita avanzar.

Fuentes consultadas: muyinteresante.es y tuotromedico.com. Hasta la próxima. Sonríe siempre.


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