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jueves, 16 de diciembre de 2010

Cuando perdemos algo que amamos


La partida de un ser querido, el divorcio o abandono familiar, resultado escolar negativo, mudanzas, problemas económicos, perdida del empleo, diagnóstico de una grave enfermedad, aborto, perdida del carro, vivienda o artículos personales, en fin, toda perdida inesperada de alguna posesión o persona que te había generado estabilidad física y/o emocional puede desatar sin duda una fase de duelo en tu vida.

El duelo es una reacción que afecta las emociones en forma de sufrimiento y aflicción y su expresión dependerá de varios factores tales como: la personalidad de cada individuo, la magnitud del hecho relacionado al duelo, las características personales y antecedentes, las causas y circunstancias de la perdida, entre otras.

Victor Landa, especialista en Medicina Familiar en el País Vasco estima que a pesar de las características individuales existen algunas fases que se cumplen en estos procesos: Duelo anticipado: shock inicial ante la que podría ocurrir en un futuro cercano. Duelo agudo: hay un colapso sicológico en el individuo, se abstrae de su entorno, no puede creer lo que le ocurre, se siente aturdido y piensa que puede estar teniendo una pesadilla de la que pronto va a despertar. Negación.

Duelo intermedio: el individuo cuando se incorpora a su rutina pero el peso del duelo que afronta le genera contradicciones en su actuar y pensar, sentimiento de culpa, nota las ausencias en cumpleaños, aniversarios, fiestas, vacaciones y en el caso de la ausencia de un ser querido la carga sentimental de no tener al confidente, amante, amigo, compañero, etc. Se aíslan, buscan soledad, se mantienen pensativos y meditativos. Sin embargo, en el común de los casos esta fase con el paso de los meses o años, se estima que dure entre 1 y 4 años, suele ser positiva ya que permite el tránsito por el dolor para encontrarte con la luz de la liberación, el perdón y la tranquilidad lo que te permitirá poco a poco retornar a tu rutina.

Duelo latente: permanecerá por el resto de tus días sin embargo, serán recuerdos más conciliadores, sanadores que permitirán revivir los buenos momentos en el lugar perdido o con el ser que ya partió, vendrán las risas con las lágrimas, sin duda es una fase diferente.

A veces escuchamos a algunas personas que dicen “se acepta pero no se supera”, algo de eso hay. Ningún especialista ni nadie en particular puede pretender que el duelo o luto por un familiar o un espacio de bienestar se borre completamente de la mente o el sentir de la persona afectada, eso es prácticamente imposible. Ciertamente el tiempo pasa, la vida continua, hay hijos, padres, sobrinos, crecimiento profesional, personal, económico, etc., que deben seguir su camino eventualmente, pero las experiencias vividas ligadas única y exclusivamente a “eso” que desapareció jamás será “cosa del pasado”. Afortunadamente con el tiempo, no desesperes, las vivencias gratas ligadas a lo que perdimos predominan por encima del recuerdo doloroso.

Ante la muerte de un ser amado el psicólogo Ricardo Rozados dice lo siguiente que me permito citar textualmente por la claridad y transparencia de sus palabras “Cuando muere un ser querido sentimos una gran tristeza. A veces se siente como si parte de uno mismo hubiera muerto también. Nada ni nadie hará que olvidemos a esta persona cuya presencia fue tan plena de significado para nosotros. Alguien muy importante para nosotros se ha ido, y al irse, parece que con él se llevó nuestra propia vida. Es imposible olvidar, y es equivocado tratar de olvidar; el empeño por aturdirse con mil otras cosas y actividades resulta inútil pues parece que lleva a un efecto contrario a lo que se pretende: avivar más el recuerdo que se quería borrar. Parece que lo correcto es aprender a vivir con ese dolor a cuestas, y en esa línea los avances de las ciencias psicológicas otorgan algunos medios que facilitan la posibilidad de vivir el duelo, y hacerlo sin amargura, sin perder la paz, y hasta con una profunda sensación de sereno desprendimiento en lo íntimo del corazón. Hoy sabemos que se puede asumir el dolor de una manera constructiva.”

En este proceso es importante no sentirse culpable por estar triste o decaído, debes darte permiso para vivirte eso que te tocó y atravesar todas las fases que te correspondan. “Es normal sentirse abandonado y molesto. Puede dirigir su amargura en contra Dios, la religión, doctores y enfermeras, la persona que ha muerto u otras personas a las que ama y a usted misma. Frecuentemente, especialmente en los creyentes, esta rabia se puede dirigir contra Dios a quien se le acusa de haberse "llevado" al ser querido, o de al menos haber permitido su muerte. Para el hombre y mujer de fe, esta actitud de protesta es muy lógica, y puede revelar también un cierto grado de confianza en Dios: es como el reclamo del hijo ante el Padre, por una decisión que no comprende. Aceptar su enojo y permitirse tener esos sentimientos es la mejor manera de hacerles frente. Está bien hacerle saber a Dios lo enojados y disgustados que se sienten; esto es necesario para poder sentirse en paz con su espiritualidad.” Asevera Rozados.

En el proceso de superación de la pérdida sano dejarse querer por los seres que nos acompañan y considerar la opción de ir al psicólogo o consejero espiritual de confianza que permitan el desahogo y sirvan de guía en el tránsito por un camino nuevo. Todo va a estar bien. Escríbeme a gentesaludableradio@gmail.com. Sonríe siempre. Hasta la próxima.

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